domingo, 25 de febrero de 2018

Palacio de Liria


El Palacio de Liria es una residencia perteneciente a la Casa de Alba diseñado por el arquitecto francés Louis Guilbert y se encargó de las obras Ventura Rodríguez.


El Palacio de Liria es una residencia perteneciente a la Casa de Alba, y construido prácticamente anexo al Cuartel de Conde-Duque. Se construyó para el Duque de Berwick y Liria, Jacobo Fitz-James Stuart y Colón, hijo ilegítimo de Jacobo II de Inglaterra. El proyecto fue encargado en principio al arquitecto francés Louis Guilbert, supervisado por el marqués de San Leocadio, hermano del duque, que vivía en París. 

El duque dio instrucciones claras y concisas a Guilbert sobre la obra, pues el egregio personaje deseaba que su residencia se erigiese en el sitio más sano y saludable de la ciudad. El astuto arquitecto francés, para conocer el sitio ideal para su patrón, colocó varias tiras de carne de ternera al aire libre, repartidas por toda la ciudad. Semanas después comprobó cuál tenía mejor aspecto. El trozo menos corrompido lo encontró al final de la Calle de los Afligidos (actual Calle Princesa), puesto que los aires procedentes de la sierra limpiaban de forma especial la zona. En consecuencia, éste fue el lugar elegido para levantar el futuro Palacio de Liria.

La obra fue acometida prácticamente en paralelo con el Palacio Real. Los dos grandes poderes del reino competían en fastuosidad. Finalmente se encargó de las obras Ventura Rodríguez. Sabatini, que se encargaba por aquel tiempo del Palacio Real, ayudó al arquitecto madrileño. De planta rectangular, los salones más importantes del edificio se alinean junto a sus enormes fachadas, rematadas con un entablamento de orden jónico. 

La fachada principal tiene un zócalo almohadillado. Sus columnas y pilastras toscanas protegen una planta noble de dos pisos, uno integrado por balcones y otro, el superior, por ventanas. Delante de ella, se abre un gran patio, característico de los palacios franceses dieciochescos, con influencia de las tendencias italianas de entonces (representadas por Sabatini), que separa el palacio de la calle Princesa.

La participación en el magnífico proyecto del Palacio de Liria de los dos grandes arquitectos que trabajaban en Madrid durante el reinado de Carlos III, es un indicador de la importancia de la familia promotora de su construcción. Y del propio edificio, destinado a competir con el propio Palacio Real en fastuosidad y lujo.

El palacio fue bombardeado durante la Guerra Civil Española de 1936-39. En concreto el 17 de noviembre de 1936 resultó destruido en gran parte. No olvidemos que el frente estaba a dos pasos. Finalizado el conflicto, el duque D. Jacobo Fitz-James Stuart encomendó los trabajos de reconstrucción al arquitecto británico Edwin Lutyens, quien siguió los planos originales. Se comenzaron en 1948 y finalizaron en 1956, en época de Cayetana, su sucesora al frente del ducado de Alba. Tras la obra, el palacio volvió a adquirir el aspecto original que tuvo cuando se erigió en el siglo XVIII.

La Casa de Alba ha establecido un día a la semana, el viernes, para recorrer el Palacio, visitas repartidas en tres turnos, máximo de 15 personas cada uno. Es necesario solicitar la visita por escrito, guiada por el personal asignado al Palacio. Comienza por el recibidor, continúa por el comedor principal, siempre y cuando la titular y dueña de la vivienda no decida almorzar en su domicilio con algún invitado. El salón de baile está decorado a la moda francesa comme il faut. En una de sus estancias falleció doña Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III.

La biblioteca es impresionante, y cuenta con más de 30.000 volúmenes, guarnecida con maderas nobles, reformada completamente tras la destrucción provocada por el bombardeo. La biblioteca, a pesar de las pérdidas irreparables tras tan luctuoso hecho, guarda todavía obras únicas, como los cuadernos de viaje de Cristóbal Colón.

Entre los fondos pictóricos del fastuoso palacio se encuentran cuadros de Bonifacio de’ Pitati, Giovanni Bellini, Palma el Viejo, Tiziano, Antonio Moro, Velázquez, Rubens, Carlo Maratta, Ingres, pero también gran cantidad de obras de Goya, algunos cuadros de Joshua Reynolds, Renoir o Zuloaga; pasando por piezas extraordinarias de David Teniers el Joven, Ribera, Ruysdael o Rembrandt. También podemos admirar tapices de Gobelinos, de la serie de La Guerra de Troya (s. XV). Posiblemente es la colección privada más valiosa de España.



miércoles, 21 de febrero de 2018

Plaza de Puerta Cerrada



La plaza de Puerta Cerrada (o Puerta Cerrada) se encuentra en el barrio de La Latina del casco histórico de la ciudad española de Madrid. Está formada por la desordenada confluencia sobre la calle de Segovia, de antiguas vías como la Cava Baja, o las calles del Nuncio, de San Justo, de la Pasa, de Gómez de Mora, de Cuchilleros y de Latoneros.​ Este espacio urbano se prolonga al este con la plaza de Segovia Nueva, en la que a su vez confluyen las calles de Toledo, Concepción Jerónima, Grafal y la Colegiata.

El conjunto conserva el nombre de Puerta Cerrada por la que aquí se abría en la muralla cristiana de Madrid, durante la Edad Media y el Renacimiento y que fue derribada en el año 1569, con ocasión de la entrada en la ciudad de Isabel de Valois, esposa de Felipe II.

La plaza se encuentra presidida por una cruz de piedra realizada en 1783. Junto a este elemento, la característica que mejor define este espacio son los murales y trampantojos pintados en las fachadas de varios edificios y realizados en 1983, durante la alcaldía de Enrique Tierno Galván; un astuto recurso urbanístico para enlucir los lienzos de diferentes patios de luces que las demoliciones de viviendas emprendidas en el siglo XIX habían dejado al descubierto. Alguno de ellos, no obstante, ha desaparecido debido a diversas vicisitudes,​ y a pesar de estar firmados por un artista de la talla de Alberto Corazón. El cronista Ramón de Mesonero Romanos describe así este entorno y su origen:

...La entrada de Madrid por este lado (según el maestro López de Hoyos, que la conoció, pues fue derribada en el siglo XVI) era angosta y recta al principio, haciendo luego dos revueltas de suerte que ni los que salían podían ver a los que entraban, ni éstos a los de fuera. Llamáronla en lo antiguo la Puerta de la Culebra, por tener esculpida encima de ella aquella célebre culebra o dragón, que a tantos comentarios ha dado lugar sobre su origen, atribuyéndole algunos de los analistas madrileños nada menos que a los griegos, fundadores, según ellos, de la villa, a quien dejaron como blasón este emblema, que solían llevar en sus banderas. Así lo afirma con la mayor seriedad el mismo honrado madrileño maestro López de Hoyos, en cuya casa de los Estudios de la villa (de que ya anteriormente hicimos mención) se conservó, al derribo de la puerta, la piedra en que estaba esculpida dicha culebra, que copió después en su obra del Recibimiento de D.ª Ana de Austria.

El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta villa...

Su puerta era denominada, popularmente, "del dragón" o "de la culebra", pues existía la representación de uno de estos seres. El nombre oficial "cerrada", se debió a que lo fue por los numerosos pillajes y robos que se producían en la misma, como señala Jerónimo de la Quintana. En este espacio se encontraba el punto de inicio del viaje de agua del Bajo Abroñigal,​ de ahí que se instalara en el siglo XVII, una fuente monumental realizada por Ludovico Turchi y Francisco del Valle, de la que sólo se conserva el grupo escultórico de Diana cazadora, que se trasladó a la fuente de la Cruz Verde, en la plaza homónima.

Los edificios del contorno fueron construidos en los siglos diecinueve y veinte, con excepción del Palacio Arzobispal, del siglo XVIII, que, en uno de sus ángulos, se asoma a la plaza a través de la calle de San Justo. Entre lo derruido estaba el "vetusto caserón" que fue palacio de los marqueses de Mondéjar y condes de Tendilla, según detalla el también cronista y paseante madrileño Pedro de Répide.

En los números 4 y 6 de la plaza, se conservan lienzos de la muralla cristiana de Madrid, integrados dentro de la estructura de varios inmuebles. Se distinguen elementos arquitectónicos como el adarve, el pretil y restos de un torreón, si bien ni el lienzo de mampostería ni la torre son visibles al público

En 1805, el alcalde José de Marquina Galindo decretó la retirada de todas las cruces y cruceros, que en muchos casos interrumpían las vías de tránsito rodado, siendo la que aún se conserva en Puerta Cerrada una de las pocas que se salvó. Las imprentas ultramontanas de la época repartieron un pasquín con esta copla:

¡Oh, cruz fiel, cruz divina, 
que triunfaste del pérfido Marquina!



viernes, 16 de febrero de 2018

Circo Price


El Circo Price fue un circo fundado en 1853 por el écuyer irlandés Thomas Price,a​​ e instalado en el paseo de Recoletos de la ciudad de Madrid (España) y trasladado en 1880 a la Plaza del Rey, ocupando el solar en el que habían estado el Circo Olímpico y luego el Teatro del Circo.​ 

El antiguo Teatro-Circo de Price fue demolido en 1970.​ En marzo de 2007, el Ayuntamiento de Madrid le dio este nombre de al nuevo centro cultural de la Ronda de Atocha, que incluye un circo estable.

Thomas Price pertenecía a una familia inglesa (según algunos biógrafos, irlandesa​) con gran tradición circense. Price llegó a España hacia 1847 (otras fuentes dan 1857),​ e instaló su cuadra de acróbatas a caballo en el madrileño paseo de Recoletos, hasta que se trasladó al nuevo local de la plaza del Rey, en el mismo solar que, desde 1834, había ocupado el Circo Olímpico de Paul Laribeau) y luego, ya dirigido por Price, el Teatro del Circo, destruido por un incendio en 1876.

Tras un accidente en una gira, Price murió en 1877, haciéndose cargo del nuevo local otro caballista, William Parish, casado con Matilde de Fassi, ahijada de Thomas Price.​ El Price se convirtió durante un tiempo en Circo Parish, hasta que recuperó su antiguo nombre a principio del siglo XX. 

Cuando William Parish murió en 1926, le sucedió en el negocio su hijo Leonard que poco después se fusionó con el Circo Americano.

Los años comprendidos entre Primera y Segunda Guerra Mundial fueron la época de mayor esplendor del Circo Price. Luego gozó de una segunda etapa de gloria en la década de 1960.

Las matinales del Price

El 18 de noviembre de 1962 se iniciaron las que llegaría a ser populares Matinales del Price, a iniciativa de Pepe Nieto (batería del grupo Los Pekenikes) y su hermano, el periodista Miguel Ángel Nieto. Se trataba de sesiones de música pop (en aquel momento incipiente en España), celebradas las mañanas de los domingos, con gran aceptación por parte de los jóvenes del momento. 

Actuaron artistas como Mike Ríos, Micky y Los Tonys, Albert Hammond o Los Diablos Negros. Tras 29 sesiones, fueron clausuraron tras una campaña en su contra por parte del Diario Pueblo.​ Tras ello, el Price inició un lento declive —común al movimiento circense en general en aquellos años—, hasta que fue clausurado, vendido y derribado en 1970.

Entre las más famosas estrellas del Price, estuvo la trapecista Pinito del Oro, conocida internacionalmente por sus intervenciones en los rodajes de películas como El fabuloso mundo del circo, dirigida por Henry Hathaway y rodada en 1964. 

En este momento el circo estaba dirigido por el ilusionista Pablo Vega de la Iglesia, más conocido como «Marcel», casado con la trapecista «Alda».

El Price del siglo XXI

En 2007, el Ayuntamiento de Madrid recuperó el Teatro Circo Price, como circo estable de la ciudad, bajo la gerencia de Tato Cabal y la coordinación artística de Joan Montanyés en un nuevo edificio ubicado en la Ronda de Atocha. 

La inauguración se realizó con el espectáculo Charivari, puesto en escena por Joseph Bouglione, director del Cirque d'hiver de París (Francia), además de las actuaciones de Manuel Álvarez (premio Nacional de Circo en 2004), Suso Clown (premio Nacional de Circo en 2003) y la compañía brasileña Neves (premio especial del Jurado del Festival de Massi en 2006), que se presentaba en España por primera vez. Desde 2009 hasta su fallecimiento en 2013, Pere Pinyol fue el responsable de la dirección artística del Price.

El conjunto cultural que acoge el nuevo Price está formado por varias piezas poliédricas, como prismas de base rectangular, circular y trapezoidal; encajadas en secuencia que conforman seis edificios, rodeados de espacios al aire libre, con entradas por la Ronda de Atocha y la calle Juan Sebastián Elcano.

En el centro del complejo está ubicada una sala de circo circular adaptable para teatro, con una pista cuyo diámetro puede pasar de los 13 a los 21 metros, con un escenario de estilo italiano, plataformas elevables para foso, escena y orquesta. 

El edificio combina elementos originales del pasado industrial del edificio de estilo neomudéjar con estructuras modernas, como la cubierta de tambor que es un muro circular de cristal. Esta gran sala actúa como eje de las diferentes estancias del complejo.

Las instalaciones tienen capacidad para 2000 espectadores y la posibilidad de acoger diferentes actividades, como talleres y exposiciones que plasmen la diversidad en la evolución del arte.

sábado, 10 de febrero de 2018

Corralas



Corrala es un tipo de vivienda característica del viejo Madrid, diseñada como casa de corredor con armazón general de madera, cuyos balcones dan a un patio interior.​ Modelo de edificación de vecindad populosa y castiza de los siglos XVII, XVIII y XIX, las corralas fueron inmortalizadas en novelas como Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós. También pueden encontrarse ejemplos en otras ciudades españolas, como Cádiz, Málaga, Sevilla, Valencia, Valladolid, o incluso Vitoria-Gasteiz y en diversas localidades de Castilla y La Mancha. En Suramérica, le dan la réplica los llamados "conventillos" e inquilinatos en Santiago de Chile o Valparaíso,​ Buenos Aires o Montevideo.

​El edificio presenta una fachada por lo general estrecha y en ella un portalón que da paso al patio o corral que es el centro vital de la corrala. Una escalera permite ir subiendo a los pisos, cada uno de los cuales dispone de un corredor (galería abierta o pasillo balconado que a veces llega a rodear todo el patio) con entradas a las pequeñas viviendas que tipifican esta construcción. Aunque este tipo de viviendas de corredor varia dependiendo de la figura que presenta su planta, el modelo más habitual dispone de corredores en torno a un patio central siguiendo el dibujo de la planta en forma de U o de O, siempre y cuando el patio esté cerrado por sus cuatro lados.

La corrala toma elementos de otros dos edificios típicos del Madrid barroco: las casas a la malicia y los patios adaptados a corrales de comedias. Las viviendas, oscuras, mal ventiladas y minúsculas —no podían superar, por ley, los 30 metros cuadrados—, se distribuían dentro de un riguroso orden preferente que establecía claras diferencias de clase social, aun dentro de su miseria general.

En el Madrid preindustrial del siglo XIX, estos inmuebles permitieron albergar a las numerosas familias llegadas a la capital en busca de trabajo. De ahí que la mayoría de las corralas se encuentren en barrios próximos a antiguas zonas fabriles de la capital española, como las barriadas de Lavapiés, Embajadores y el barrio de La Latina, vecinos al antiguo matadero y a la Fábrica de Tabacos.

Benito Pérez Galdós, como después Baroja, Corpus Barga, y otros muchos novelistas precursores del realismo social del siglo XX, dibujó la corrala madrileña con pincel velazqueño —es decir, "con precisión y cariño"—; así puede leerse en estos párrafos de Fortunata y Jacinta, una de sus obras más conocidas:

"«Aquí es» dijo Guillermina, después de andar un trecho por la calle del Bastero y de doblar una esquina. No tardaron en encontrarse dentro de un patio cuadrilongo. Jacinta miró hacia arriba y vio dos filas de corredores con antepechos de fábrica y pilastrones de madera pintada de ocre, mucha ropa tendida, mucho refajo amarillo, mucha zalea puesta a secar, y oyó un zumbido como de enjambre. En el patio, que era casi todo de tierra, empedrado sólo a trechos, había chiquillos de ambos sexos y de diferentes edades. Una zagalona tenía en la cabeza toquilla roja con agujeros, o con orificios, como diría Aparisi; otra, toquilla blanca, y otra estaba con las greñas al aire. Esta llevaba zapatillas de orillo, y aquella botitas finas de caña blanca, pero ajadas ya y con el tacón torcido. Los chicos eran de diversos tipos. Estaba el que va para la escuela con su cartera de estudio, y el pillete descalzo que no hace más que vagar. Por el vestido se diferenciaban poco, y menos aún por el lenguaje, que era duro y con inflexiones dejosas. 
«Chicooo... mia éste... Que te rompo la cara... ¿sabeees...?». 
—¿Ves esa farolona?—dijo Guillermina a su amiga—, es una de las hijas de Ido... Esa, esa que está dando brincos como un saltamontes... ¡Eh!, chiquilla... No oyen... venid acá. 
Todos los chicos, varones y hembras, se pusieron a mirar a las dos señoras, y callaban entre burlones y respetuosos, sin atreverse a acercarse. Las que se acercaban paso a paso eran seis u ocho palomas pardas, con reflejos irisados en el cuello; lindísimas, gordas. Venían muy confiadas meneando el cuerpo como las chulas, picoteando en el suelo lo que encontraban, y eran tan mansas, que llegaron sin asustarse hasta muy cerca de las señoras. De pronto levantaron el vuelo y se plantaron en el tejado. En algunas puertas había mujeres que sacaban esteras a que se orearan, y sillas y mesas. Por otras salía como una humareda: era el polvo del barrido. Había vecinas que se estaban peinando las trenzas negras y aceitosas, o las guedejas rubias, y tenían todo aquel matorral echado sobre la cara como un velo. Otras salían arrastrando zapatos en chancleta por aquellos empedrados de Dios, y al ver a las forasteras corrían a sus guaridas a llamar a otras vecinas, y la noticia cundía, y aparecían por las enrejadas ventanas cabezas peinadas o a medio peinar." 

En algunas fechas señaladas como la festividad del patrón del barrio, las corralas se engalanaban y se preparaban para una celebración en que participaban todos los vecinos. Los adornos consistían principalmente en banderitas que colgaban de una cuerda o farolillos de papel. Si la economía lo permitía se contrataba un organillo y a veces incluso un acordeón y dulzaineros. La bebida tradicional del festejo era la limonada (limoná). También había baile en el patio, por lo general el chotis y la mazurca, aires propios de la época.

Es probable que el modelo de "casa de corredor" española evolucionara como síntesis de la tradicional casa hidalga castellana (heredera de la domus romana, con el patio como eje del edificio y una estructura de crujías de madera en su perímetro exterior) y el adarve andalusí,​ que le aportará a la futura corrala el modelo de convivencia, sin planificación ni infraestructura, formando en ocasiones callejones sin salida que creaban un espacio social que luego se repetirá en el corral hispano.

Urbanísticamente, las casonas y palacios renacentistas del siglo XVII, en las villas cercadas como Madrid, al resultar insuficientes para la creciente explosión demográfica, comenzaron a ganar altura pero conservando el patio central como almacén, espacio de trabajo y punto de reunión de los vecinos.​ De modo paralelo, la aristocracia de la Villa tomo conciencia de las grandes posibilidades de inversión que ofrecía la especulación urbanística, superando con creces los precarios e irregulares frutos de la economía agraria. Así, al final del siglo XVII, la afluencia de campesinos a la gran capital del Imperio propiciaría una economía de usura en los alquileres urbanos.​ Los historiadores y arquitectos coinciden en que ese puede considerarse el origen social y físico de la corrala con endebles leyes de arrendamiento llevadas a la práctica en forma de alquileres ajenos a las más elementales medidas de salud pública, con propietarios de corralones convertidos en especuladores inmobiliarios que construyen 3 y 4 pisos más sobre las primitivos edificios renacentistas, aunque siempre respetando el patio central y los corredores que van a servir de acceso a los diferentes cuartos de alquiler. De modo progresivo, la calidad de vida rural desaparece en unas colmenas en las que familias enteras (con media y hasta una docena de hijos) sobreviven en apenas 20 metros cuadrados. Una situación que evolucionará en todos sus aspectos negativos a lo largo del siglo XIX, con corralas masificadas, rentables y funcionales.

Un gran negocio en una urbe que se veía encerrada desde 1625 dentro de la antigua cerca de Felipe IV. Para colmo, a partir de 1850 la población madrileña empezó a crecer debido a la progresiva inmigración rural, llegando a alcanzar casi 300.000 habitantes. Es el gran momento de las corralas madrileñas, con edificios en los que conviven como pueden más de mil personas (tal cota se le ha estimado a las famosas y emblemáticas corralas de Tribulete y Sombrerete, también conocidas como corrala de Mesón de Paredes). De modo progresivo e inhumano los amplios corrales renacentistas se han ido reduciendo a pobres y oscuros patios de luces, aunque el sistema de corredor se mantiene.

Con el derribo en 1868 de la primitiva cerca, la especulación inmobiliaria en Madrid deja de crecer de modo vertical para extenderse en horizontal con los ensanches y bulevares que atraen a la nueva burguesía madrileña. Ampliación urbanística que relegó a edificios como las tradicionales corralas de los llamados barrios bajos a un progresivo abandono a su propia suerte, con inquilinos sin medios para acometer las más elementales reformas y con propietarios sin ganas de asumirlas. Con el siglo XX empezarán los procesos de ruina y hundimiento de muchos edificios, cuyo armazón de madera es a menudo pasto del fuego.

La transición española ofreció un nuevo capítulo de especulación urbanística e inmobiliaria. En el año 1977 el intento de derribo de la Corrala de Mesón de Paredes despertó un movimiento de solidaridad vecinal y una cadena de campañas culturales en defensa de la corrala como símbolo y como legado.​ El primer fruto fue la declaración de monumento histórico artístico de la mencionada gran corrala.

En 2014, se censaron en la capital de España más de medio millar de corralas, distribuidas por los barrios de Lavapiés, La Latina y Palacio, entre otros.

Son de planta rectangular. Los patios centrales y distribuidores de las viviendas son a veces alargados y estrechos y en otras ocasiones, cuadrados y más amplios; desde el patio se accede a los corredores por medio de una o dos escaleras. La altura oscila entre una y siete plantas —las más modernas—. Los elementos de soporte son los llamados "pies derechos" que descansan sobre basa de piedra, cuyo fuste es de madera con una zapata a modo de capitel sobre la que apoya la viga durmiente, cuyo conjunto aguanta el corredor. Estos 'balcones interiores' tienen una barandilla que puede ser de madera o de hierro. A partir de finales del siglo XIX se construyeron en hierro los mencionados "pies derechos".

La cuestión higiénica del retrete común se resolvía con uno o dos por planta, que estaban situados en los extremos del corredor y cuya limpieza correspondía a los propios vecinos que cubrían por turnos este trabajo. En el patio había uno o más lavaderos —cuando no lo había, las mujeres utilizaban sus propios barreños de zinc que acompañaban de su tabla de lavar— y un pozo que en algunos casos ofrecía agua potable. A partir del siglo XIX además del pozo se empezaron a agregar fuentes con agua potable que llegaba por la conducción de los viajes de agua de Madrid.

El espacio de cada vivienda se distribuía por regla general en dos cuartos: uno que se encontraba nada más entrar, iluminado por la luz del patio y que hacía las veces de cocina-comedor-cuarto de estar; otro al fondo, llamado alcoba, separado del resto por una cortina, que servía de dormitorio y armario. Pese a su tamaño reducido cada una de estas viviendas solía estar habitada por familias numerosas.​ 
En la comunidad había dos personajes de autoridad importantes: la portera y el administrador o casero. La portera velaba por los vecinos, por el inmueble, por las buenas costumbres, etc. y era por lo general una figura muy respetada.

En los años 80 del siglo XX y durante la alcaldía de Enrique Tierno Galván, se despertó en Madrid la sensibilidad por la conservación del patrimonio artístico-histórico. El Ayuntamiento de Madrid y la Escuela de Arquitectura Técnica de la Universidad Politécnica de Madrid, llevaron a cabo un estudio para desarrollar la ficha técnica de cada uno de las corralas para luego poder abordar las reformas necesarias. La institución municipal también ha realizado la compra de una serie de edificios desde la década de 1980.​ Con ayudas públicas y la intervención de la Empresa Municipal de la Vivienda se llevó a cabo la rehabilitación de muchas corralas. ​

El censo contabilizó cuatrocientas cuarenta corralas rehabilitadas. En algunas se efectuó la unión de dos viviendas hasta formar un espacio de unos 40 m2 destinados a estudios o pisos para solteros; en ellas se instalaron los correspondientes aseos (cuartos de baño). Otras corralas se destinaron al sector hotelero.

Como ejemplo de corrala-hotel se puede ver la posada del León de Oro en el número 12 de la Cava Baja, en el barrio de La Latina. Su estructura de corrala sirvió ya desde sus orígenes como posada perteneciente a la orden de Mercedarios, y que le sirvió para obtener recursos para liberar a los esclavos. Todavía se conserva en el dintel de la puerta el escudo de la orden. En 2001 fue objeto de importantes reformas, restauración y rehabilitación; en el trascurso de las obras salieron a la luz paños de la muralla del siglo XII.

La Corrala, entre las calles Sombrerete y Tribulete, con patio abierto a la calle de Mesón de Paredes, y declarada Monumento Nacional en 1977, está considerada como modelo del género arquitectónico. El derribo del edificio que cerraba la manzana permite ver el interior de la corrala desde la calle Mesón de Paredes.​ En el espacio liberado se creó una plaza en 1973 que, remozada más tarde, ha servido de anfiteatro para representaciones estivales de zarzuela, teatro y otras variantes de los géneros musicales típicos madrileños.​

 En la propia calle Tribulete hay otra corrala restaurada y muy cuidada con un patio ajardinado cuyo mantenimiento corre a cargo e los vecinos. 
El Centro Cultural La Corrala, sede del Museo de Artes y Tradiciones Populares, instalado desde 2010 en una corrala de la calle de Carlos Arniches junto al Rastro de Madrid.
 La corrala de Ribera de Curtidores, en el corazón del Rastro madrileño.

 Corrala de la calle Miguel Servet con vuelta a las calles de Espino y Mesón de Paredes, construida en 1790 cuyo destino fue vivienda para las cigarreras de la Fábrica de Tabacos que estuvo en la Glorieta de Embajadores. Fue restaurada por la Empresa Municipal de la Vivienda.

El edificio fue construido en 1839 por el arquitecto José María de Ariátegui y los primeros inquilinos fueron personas que llegaban de otras provincias buscando un modo de vida en la capital.​ En los primeros años del siglo XXI está habitada por inmigrantes, gente joven y extranjeros afincados en Madrid.