martes, 1 de agosto de 2017

Leyenda de la calle de la Cabeza



La madrileña calle de la Cabeza se halla flanqueada por la calle del Calvario, que vio nacer a Luis Candelas (1804 - 1837), y por la de la Magdalena. Está separada de la de Juanelo por la brevísima calle de Soler y González. Resulta, en apariencia, una vía anodina pero no mucho más que la vecina calle de la Rosa, o la del Olmo, por citar algún ejemplo. 

Es acaso el agravio comparativo resultante de comparar su quieta actividad con el trasiego de algunas de las restantes calles adyacentes lo que le resta interés. Por lo que se ve esto viene de largo. En uno de los geniales Episodios galdosianos, "El Grande Oriente", se puede leer una descripción bastante displicente de ella:

"La calle de la Cabeza es una de las más tristes de Madrid. Compónese toda ella de casas viejas y feas, entre las cuales descuellan la enorme fachada meridional de la del marqués de Perales y otra que tiene grabada sobre la puerta esta inscripción: Aparta, Señor, de mí lo que me apartó de ti. 

Contrastando con las vías cercanas, aquella no tiene tiendas, y la mayor parte de las puertas están cerradas, a excepción de las cocheras y cuadras que por allí mucho abundan. Hacia el Ave María la calle se eleva, como si quisiera subir a los balcones de las casas. Hacia la Comadre se hunde, buscando los sótanos. Algunas acacias, que se asoman por encima de altos muros junto a San Pedro Mártir están mirando con tristeza al escaso número de transeúntes. 

Se oyen tan pocos ruidos allí que la calle no parece estar en Madrid y a dos pasos del Lavapiés. Toda ella tiene un aspecto sombrío, un tinte lúgubre, una mala sombra que no puede definirse, una atmósfera que abruma, un silencio que hiela. Las calles, como las personas, tienen cara, y cuando esta es antipática y anuncia siniestros designios, una fuerza instintiva nos aleja de ella."

Aunque necesariamente ha debido de cambiar mucho desde que Benito Pérez Galdós ( 1843 - 1920) la visitara por última vez, la calle de la Cabeza sigue siendo una de esas calles secundarias, una calle de paso que sirve de atajo a los que en verano buscan sombra; que nada tiene que ver con la paralela calle de la Magdalena, ni con el bullicio de la de Lavapiés. 

Aun así, esconde una dilatada crónica negra a lo largo de su recorrido, como bien apunta el autor canario en ·El Grande Oriente". El primer suceso acaecido en esta calle al que hace referencia en el libro es una leyenda, de sobra conocida, que reza así:

"Vulgarmente se cree que en la calle de la Cabeza no ha pasado nunca nada digno de contarse. Por el contrario, es una calle trágica, quizás la más trágica de Madrid. La tradición que le da nombre, y que no carece de mérito en lo que tiene de fantasía, es como sigue: Vivía por aquellos barrios un cura medianamente rico. Su criado, por robarle, le asesinó, cortándole ferozmente la cabeza, y con todo el dinero que pudo encontrar huyó a Portugal. 

No fue posible descubrir al autor del crimen, y enterrado el clérigo, bien pronto su desastroso fin quedó olvidado. Pero el asesino, después de haberse dado muy buena vida en Portugal durante muchos años, volvió a Madrid hecho un caballero, aunque no tanto que olvidase su primitiva condición de criado. Solía ir él mismo al Rastro todas las mañanas a hacer su compra, y un día adquirió una cabeza de carnero. Llevábala bajo la capa, y como chorreaba mucha sangre, que iba dejando rastro en el suelo, fue detenido por un alguacil, que le mandó mostrar lo que oculto llevaba. ¡Horrible espectáculo! Al echar a un lado el embozo, el criado alargó en la derecha mano la cabeza del sacerdote a quien le diera muerte.

¡Milagro, milagro! Este fue el grito general. Confesó todo el asesino y le llevaron a la horca, acompañado de la cabeza del sacerdote que había sido de carnero, y cuya vista horrorizaba y edificaba juntamente al pueblo. Murió, según dicen, con grandísima devoción y arrepentimiento, y hasta que no entregó su alma a Dios, no recobró la testa del cura su primitiva forma carneril. Felipe III, que a la sazón nos gobernaba, mandó labrar en piedra una cabeza que se puso en la casa del crimen para memoria de aquel estupendo suceso."

Hoy en día los azulejos pintados con el nombre de la calle recogen este suceso legendario. Aunque el relato es estremecedor no deja de ser una leyenda. En el próximo artículo repasaremos otros dos sucesos que, por ser rigurosamente ciertos, resultan todavía más espeluznantes que esta historia fabulosa.

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