lunes, 16 de diciembre de 2013

Leyenda de la casa del Duende


La casa del Duende Según Pedro Répide, la casa del Duende estaba situada en la calle de Princesa, entre las de Mártires de Alcalá y Seminario de Nobles.
La casa era propiedad del príncipe de Antillano.Sin embargo otras fuentes, por ejemplo el académico de la Real Academia de la Historia José María de Mena, sitúan dicha casa en la esquina formada por la calle del Conde Duque con la calle del Duque de Liria.



Según cuenta la leyenda, en el siglo XVIII estaba habitada por varios geniecillos que, aunque lo único que intentaban era ayudar a los distintos moradores que alquilaban la casa, producían el efecto contrario y los inquilinos abandonaban el edificio espantados.



En cierta ocasión la casa fue alquilada por unos hombres que por las noches se reunían en citas clandestinas para jugar fuertes sumas de dinero. Una de esas noches surgió una discusión entre ellos. En medio del alboroto se abrió la puerta de la estancia y entró un hombre bajito imponiendo silencio con el dedo sobre los labios. Dada la indignación que tenían los tahúres no lo dudaron y se abalanzaron encima. En ese instante aparecieron más de veinte enanos que, tras propinarles una paliza, les hicieron huir de la casa a la cual no volvieron nunca más.



Pasado un tiempo la casa fue alquilada por doña Rosario de Benegas, marquesa de Hormazas. Aunque sus familiares trataron de disuadirla, no lo consiguieron. La mujer se hallaba desembalando los bultos de la mudanza junto a su criada cuando echó a faltar un gran cortinón y una imagen del Niño Jesús. De repente entró en la habitación un ser diminuto con el Niño en brazos y se lo entregó. Detrás de él entraron otros cuatro sosteniendo la cortina por las cuatro esquinas. Las dos mujeres salieron asustadas de la casa y no volvieron más.



La casa, tras permanecer vacía un tiempo, volvió a ser alquilada por don Melchor de Avellaneda, un canónigo que buscaba una casa alejada de la ciudad para poder trabajar sin ruidos en sus escritos y lecturas. Su madre intentó persuadirle de que la casa se hallaba embrujada pero no le convenció y allí se instaló el clérigo. Un día en que se hallaba escribiendo una carta al obispo de su diócesis para pedirle unos libros, entró en la habitación un hombrecillo que a duras penas podía cargar los dos volúmenes solicitados por el clérigo. El canónigo cogió los libros pensando que todo había sido fruto de un sueño. 



En otra ocasión pidió a su ayudante que le trajese las prendas que debía ponerse para celebrar misa en el vecino convento de los Afligidos. Entonces un enano, tocando el brazo del ayudante, le dijo que las prendas que había cogido no eran las que correspondían a ese día. El ayudante se lo contó al clérigo y ambos abandonaron la casa de inmediato. Y quedó en ella Jerónima Perrin, una lavandera a la que el clérigo había alquilado el piso superior de la casa a cambio de que le lavara la ropa. Esa misma noche se desató una gran tormenta tan fuerte que la pobre lavandera no pudo salir a recoger la ropa tendida que debía llevar al día siguiente lavada y planchada. 



De repente oyó un portazo y aparecieron dos enanos que, cargando un barreño por las asas, le llevaban la ropa que había tendido por la mañana. La lavandera abandonó la casa esa misma noche. A partir de entonces el edificio pasó a ser conocido como la "casa del Duende". La Inquisición intervino lanzando agua bendita sobre la casa para echar a los "duendes" de la casa. Acto seguido entraron en el edificio y destrozaron puertas y ventanas en un intento de localizar a los "habitantes" de la casa, pero no encontraron a nadie. El edificio fue derribado a mediados del siglo XIX.


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